miércoles, 13 de mayo de 2020

Traetormentas: Eliana Soza. Veta de horror en la literatura chuqu...

Traetormentas: Eliana Soza. Veta de horror en la literatura chuqu...: Alex Salinas …me dijo y me repitió que no había vuelta atrás, que el amor que    estaba a punto de conseguir no me dejaría nunca,...

miércoles, 1 de octubre de 2014

Noche Mágica



Dicen que recordar es volver a vivir, no sé por qué soy una persona a la que le cuesta dejar el pasado atrás, cuando un recuerdo me asalta, me encanta irlo reviviendo poco a poco, como si lo fuera dibujando, empiezo por la cabeza, recordando la razones o causas de lo acontecido, para luego llegar al corazón, que es cuando me pongo a escudriñar en los sentimientos, saboreándolos nuevamente, para luego terminar en la piel donde rememoro las sensaciones de cada uno de los sentidos, disfrutándolos una y otra vez más; pero claro muchas veces como cualquier dibujante del corazón vuelvo a la cabeza y de ahí salto a la piel, mesclando sentimientos, sensaciones y razones. 

Por ejemplo cuando sueño con alguien y su rostro ronda mi cabeza todo el día. Esa misma noche busco unos minutos para este juego que a veces se torna tortuoso, pero que de todas maneras disfruto. Como hace poco me pasó, iba en un taxi y al pasar por una tienda vi aquellos hermosos zapatos que transportaron muchos años atrás. 

Iba a ser una  noche mágica, lo presentía; toda la preparación, la compra cuidadosa del vestido, los zapatos de princesa; el desastre que hizo la estilista en el peinado y que luego tuvieron que arreglar mis tías, pero todo bien, todo a tiempo; la sorpresa de que mi hermano me quiera llevar a la fiesta, cosa que nunca me habría esperado. El taxi que vino a recogernos para mí fue una limosina, por lo entusiasmada que estaba.
No puedo negar que ir sin pareja a una fiesta así, al principio me intimidó, muchas de mis amigas me habían ofrecido a sus hermanos, primos amigos y hasta conocidos, pero curiosamente esta vez no acepté, era como si presintiera que algo importante iba a pasar aquella noche.

La entrada al salón, como si fuera la alfombra roja de algún premio importante; me sentía así entrando del brazo de mi hermano que parecía un príncipe; luego el vals acostumbrado, el reencuentro con compañeras y compañeros, los murmullos de con quién había ido quién, con qué vestido, cosas de niñas. Después, al fin la fiesta, música para bailar. Ya ni me acuerdo con quiénes bailé primero, supongo que compañeros o amigos, pero en un descanso, él atravesando el salón, con su mirada profunda y una sonrisa; sinceramente no pensé que se acercaba a mí, pero lo hizo, me pidió que bailara con él y acepté; desde ese momento no nos separamos más toda la noche. 

Me encanta bailar, cómo disfruté cada melodía aquella noche, siempre sentí que bailar es como volar, esa capacidad de dejarte llevar por una fuerza mayor que tú misma, dejar que cada uno de tus músculos se muevan al ritmo de cada nota musical, en sintonía, como si tu cuerpo fuera un instrumento más.

Así fue esa noche, mágica bailando juntos como si hubiéramos ido juntos, como si nos conociéramos de antes y más cuando lo invité a mi mesa junto a mi familia, claro que me arrepentí de inmediato, mi tío empezó a dar un sermón sobre el futuro de las jóvenes y cómo el sexo podía arruinarlo; tuvimos que escapar en seguida, con la excusa de que ya comenzaba a tocar la música de nuevo; me gustó que durante el tiempo que estuvimos en la mesa él le siguiera la corriente a mi loco tío pero me gusto más que luego siguiera bailando conmigo. 

Supongo que todos se sorprendieron de vernos juntos yo había llegado con mi hermano y no tenía pareja y él… ni sabía cómo había llegado a la fiesta, luego me enteré que trabajaba con la amplificación encargada de la música. No me importaba nada, hasta entonces nunca me había pasado algo así, conocer a alguien de esa forma, sentir esa conexión de inmediato, esa cercanía que sentí con él.

No quería que terminara esa noche había sido tan perfecta, todos los minutos, los segundos, las sonrisas compartidas, las miradas que hablaban solas, los roces de las manos al bailar, sentir aquella piel tan extraña hasta entonces, pero que se hacía íntima y conocida esa noche; aquellos hermosos ojos color miel que marcarían mi vida para siempre, esa voz que me cautivaba tan sólo al emitir frases cortas. Sin embargo, no sentí como si quisiera conquistarme, eso, debo admitirlo me asustó, tenía que hacer algo. Se terminaba la noche y no podía perderlo así, nunca lo había visto antes y ¿si se desvanecía y se convertía en un recuerdo o simplemente en un sueño? No podía permitirlo y me animé, como nunca antes lo hice, a invitarle yo a una fiesta, una de mis compañeras iba a festejar sola unos días después; creo que cerré los ojos para escuchar la respuesta, que fue un rotundo SI. Nos despedimos y conté las horas para el reencuentro.

De la misma forma, los preparativos fueron muchos, el vestido, que según mis tías no podía ser el mismo, los zapatos, el peinado, el maquillaje; era la primera vez que alguien me iba a recoger de mi casa para llevarme a una fiesta, por increíble que parezca sólo recuerdo que llegamos muy temprano, pero las palabras pronunciadas durante toda la noche se escaparon como palomas de mi recuerdo y todo lo demás también; de nuevo bailamos dejándonos llevar, conversando con miradas, pero nada más, me llegaron a recoger y así terminó nuestro segundo encuentro; antes de irse me pidió mi número de teléfono, eso me dio esperanzas.

Al llegar a mi casa esa segunda noche no podía dejar de pensar en él, al día siguiente me llamó para invitarme a una feria, no podía creerlo, acepté encantada, visitamos cada stand conversando y riendo; me acuerdo que llevé “walkman”, y luego de pasear por la feria nos fuimos a escuchar música en un banco de plazuela; como siempre yo escuchaba música diferente y traté de explicarle por qué, reímos mucho y conversamos toda la tarde, fue muy lindo, pero nada de romance, en esos momentos creí que la invitación fue una cortesía por la que yo le había hecho y nada más, como un caballero me acompañó hasta unos metros de mi casa, no quise que llegáramos a la puerta, todavía sentía vergüenza o temor de lo que pensaría mi familia.

Después de hablar mucho tiempo frente a la casa de alguien más y justo cuando creía que el sueño había terminado, él dulcemente me robó un beso que lo sentí glorioso, extraordinario, puede parecer cursi, pero lo sentí así. Entonces no fueron necesarias más palabras ni peticiones, sólo la promesa de ese beso era suficiente, lo fue para mí.

Dicen que el primer amor es así, de ensoñación, mágico, el mío lo fue, todavía recuerdo las sensaciones y sentimientos descubiertos a su lado, como las ganas incontrolables de llorar después de un beso suyo, o mi piel erizada por una caricia, un beso en el cuello o sus manos desbordadas por mi cuerpo, todo nuevo, extraño pero excitante y estremecedor al mismo tiempo.

El deseo de pasar el mayor tiempo juntos, de no separar nuestras manos unidas, nuestras esperanzas de construir un sueño entre los dos. Es verdad, muchas cosas pasaron en el tiempo de nuestro amor, un viaje largo en el que maduré y me reencontré como persona, como mujer. El reencuentro extraño, diferente, pero la intención de ambos de seguir, aunque empezando de cero, continuar ese amor que había comenzado aquella mágica noche.

Pero luego, la incertidumbre del futuro nos cercó a ambos, nos atemorizó lo que podía significar continuar juntos, una decisión drástica otra vez puso distancia entre ambos, pero la mayor distancia la  trazaron terceros que destruyeron en poco tiempo lo que habíamos construido lentamente en un tiempo más bien largo. Ni las lágrimas, ni las promesas, ni las mentiras pudieron salvar este amor; el abismo se fue alimentando de rencor y culpas, claro también de ese otro amor que había matado al nuestro y aunque incluso luchando conmigo misma el tiempo y la distancia me hicieron entender que lo mejor de aquel amor había sido aquella noche mágica que ojalá nunca hubiera terminado. 

Fue un amor intenso y lleno de entrega, pero como todo en la vida debía tener un final, nunca me imaginé que sería así, ni en mis más obscuros pensamientos; ingenuamente creí que era el amor de mi vida y que de una u otra forma volveríamos a estar juntos; pero ahora al recordarlo, sólo me queda la satisfacción de haber amado sincera y profundamente como nunca antes lo había hecho y que eso a pesar de todo me lo quedé para siempre y que a pesar de las heridas, volví a amar así o mucho mejor, porque la vida es la mejor maestra, cada persona en nuestro camino nos deja huellas y él dejó una agridulce y yo espero haber dejado en él una muy dulce y profunda que le enseñe a amar de verdad.

De nuevo así me dejé llevar por este juego que no sé si es bueno para mi presente, pero que me sirve de salvavidas cuando quiero escapar a una vida alterna, en la que nada cambió, de la que conozco el final, por lo que cualquier cosa que pase ya no me puede hacer el mismo daño y de la que rescato las sensaciones intensamente placenteras o dolorosas pero que me hacen sentir nuevamente viva.

viernes, 25 de abril de 2014

MÁS ALLÁ DEL AMOR



¿Cómo es posible que un sueño pueda revivir sentimientos? Sí, la culpa la tienen los sueños o el inconsciente, como diría un psicólogo. Entonces me pongo a recordar si pensé en él durante el día y mi respuesta siempre es NO.
Pero entonces ¿cómo explicar aquel sueño tan vívido, tan real? Mi madre me diría  que a veces soñamos con alguien porque esa persona ha pensado en nosotros. Esa sería una dulce respuesta, creer que él pensó en mí, que me recordó y por eso soñé con él.
Aquel sueño donde lo vi tan claro, tan cerca, tan mío; allí donde sentí su calor al abrazarlo, el aroma de su aliento al besarlo y lo más perturbador el miedo a perderlo en aquella despedida desdibujada en algún rincón de mi cerebro… La intensidad de ese sentimiento me recordó el tiempo que estuvimos juntos.
Me parece ayer cuando nos conocimos, la presentación de aquella amiga y él tan intenso desde el principio; todavía recuerdo su mirada penetrante, pero lo que más me intrigó fue sentir en sus ojos un sentimiento profundo por alguien que acababa de conocer que se reflejó en aquel abrazo tan cálido y tan dulce al mismo tiempo, como si me conociera de siempre y luego aquellos encuentros “casuales”, que después él mismo me contaría que fueron totalmente planificados.
Por fin, después de unos días, esa noche inundada de lluvia y frío que no nos alejó de las calles, que, más bien, se transformó en el escenario perfecto para aquel primer beso, que desencadenaría el torrente que vendría después.
En ese momento, me enamoró su pasión, su misterio, su seguridad y su espiritualidad cuando me hablaba de seres trascendentes que viven en la naturaleza, de la importancia de los sueños, como aquel que estábamos viviendo en ese momento, porque ésa era su premisa: vivir intensamente el presente: el hoy; vivirlo como si fuera el último día, como si nada nos esperara al día siguiente y así lo hice a su lado. Aquellas semanas juntos, fueron así para mí, las últimas de mi vida.
Así su fuerza, su entrega me convencieron, me persuadieron y al final me embriagaron a tal punto que le creí, que un sueño podía durar por siempre. Cada día a su lado fue una aventura, una ilusión, un sueño, una travesura; desde salir a caminar a través de pequeños paraísos alejados que descubríamos en la periferia, hasta el amor bajo las sábanas cálidas de su casa en pleno centro de la ciudad, siempre con algo nuevo que hacer, algo inolvidable; pasando de la intimidad física a la espiritual; sintiendo así nuestras almas compenetradas, transformándose en una sola, y sentir así que se cumplía lo que él siempre me susurraba al oído “ahora somos uno”.
Esos momentos imborrables en nuestras vidas construyeron un sentimiento que trascendía al amor, que nos llevó a un nivel diferente, en el que las definiciones de este sentimiento no alcanzaban a explicar lo que estábamos viviendo. Esto  lo confirmé cuando después de una despedida, que creí para siempre, el destino nos volvió a reunir, con la misma fuerza y pasión de años atrás, como si no hubiéramos pasado un solo día separados. Nuestros cuerpos y almas se reconocieron y se amaron con la misma intensidad de hace más de 15 años atrás, pero con la experiencia del hoy.
Nunca fue una posibilidad compartir nuestras vidas, cada uno tenía  un camino recorrido, lejano; pero ese sentimiento que trascendía al mismo amor nos unirá  a pesar de todo.  No puedo negar que a veces nace en mí la ilusión de que algún día estaremos listos para vivir un mismo sueño pero luego soy consciente que nuestra historia debe quedarse sólo en un sueño, que nos regalará de vez en cuando un dulce recuerdo que nos ayudará a seguir adelante con la realidad.
Irónico que un sueño haya traído esa nostalgia de nuevo a mi vida, que me haya hecho recordar el calor de su cuerpo a mi lado, el dulzor de sus labios en mi boca y lo más importante la necesidad de su cercanía, aunque ahora sólo sea en sueños.
Pero ahora estoy segura que nuestra historia no ha terminado, sólo tuvo un comienzo diferente que nos deja la ilusión de vivir aquel sueño que la inició.

lunes, 17 de marzo de 2014

ENCUENTRO



Por Eliana Soza Martínez
Hice el amor muchas veces, también tuve sexo; pero el estremecimiento de mi cuerpo, días después,  al recordar nuestro encuentro nunca me había pasado. Sentir a mi cuerpo erizarse, como cuando él me tocó por primera vez; recordar vívidamente la suavidad de sus labios y la intensidad de su amor en aquel acto, que para mí fue eso, hacer, construir ese amor, tal vez efímero, pero eterno a la vez.
Y después del encuentro piel a piel, el encuentro de almas, los dos desnudos abrazándonos, besándonos tiernamente como si nos conociéramos de antes, de siempre, como si nuestra historia fuera antigua, llena de detalles construidos que nos llevaran hasta ese momento.
Era un hombre extraño, tan intenso y cálido en la intimidad y tan lejano y frío fuera de ella. Es cierto, yo no podía exigirle nada, pues nada nos habíamos prometido y a pesar de aquel encuentro inolvidable e indescriptible, él tenía una vida y yo otra, lejanas, diferentes. Pienso que nuestros pasados pesaban más y nuestros corazones estaban atados ya a otros, unos terceros que no podían imaginarse aquel encuentro en el que por unas horas él y yo nos entregamos todo, en el que sólo existimos los dos, en el que poro a poro desafiamos al amor en un acto que parecía serlo.
Después, los nervios, el miedo, el presentimiento de que en verdad no había pasado; que después de encontrarnos en el parque y haber hablado tanto solo hubo una despedida amable y nada más. Y no ese caminar hasta su cuarto de hotel, con una excusa dudosa, a través de las calles, que se fueron transformando en cómplices de aquella aventura.
Y luego solo ese cuarto pequeño, vestido de él, con su equipaje, su aroma, su música y a pesar de estar sentada en su cama, sin creer todavía que iba a pasar. Luego, una conversación en la que sólo se emitían y escuchaban palabras inexactas, sin sentido porque la sangre, los cuerpos querían algo más. De pronto, el asalto de un beso, ese que propiciaría que nunca más nos separemos.
Justo a partir de ese beso, la batalla infinita, implacable de caricias, de labios, de piel, de gemidos, escuchando de fondo a Silvio cantándole al deseo. Y aquella repetición, de dos canciones hermosas, proporcionaba el ritmo perfecto al amor.
Aquellos ojos que penetraban mi alma, como lo hacía su cuerpo y la intensidad de su deseo me hacían temblar. Acariciar su espalda bajando hacia el sur de ese monumento encendía mucho más mi deseo, ese deseo de que esa tarde no acabara, de que esa pequeña cama nos cobijara para siempre, de que aquella luz tenue siguiera iluminando aquel encuentro, lejos del mundo, de la realidad.
Tantas horas, que parecieron segundos en sus brazos, tocando de vez en cuando una estrella para bajarla del cielo al corazón. Él sin dar un minuto de tregua, incansable, cálido, intenso. Yo embriagada de su amor, en llamas, deseando la eternidad.
Pero, como en un sueño, el llamado de la realidad me inquietó, me inundó de dudas, de culpas e inseguridades, pero la fantasía del universo creado en aquel cuarto era más fuerte que todo, entonces por encima de mis miedos disfrutar la intimidad más allá de los cuerpos, de los besos, de las caricias tiernas. Ese momento después, en el que todo trata de tener un sentido, una razón, un futuro; aquellas palabras que sin ser una promesa nos decían que fue más que piel y deseo, que se trató de un encuentro más profundo.
Pero sin saberlo, aquel vestirse apresuradamente, salir a hurtadillas del hotel escapando de las miradas curiosas, llegar a las frías calles de la ciudad, lejos del calor de aquel cuartucho que había cobijado nuestros cuerpos; nos iba a alejar, separar, para convertirnos en dos desconocidos. Sólo quedaría en mí aquel recuerdo, que se confundiría con un sueño, a pesar de que todavía, lograra erizar mi cuerpo, como nunca antes, un encuentro así, lo haya hecho.





jueves, 27 de diciembre de 2012

LEJANAS



LEJANAS

Por: Eliana Soza Martínez

Los últimos rayos de sol no llegaron a tocarme, seguro que huyeron de la nube negra que me había seguido durante tanto tiempo que ya no me acuerdo el primer día que la sentí sobre mí. La tarde estaba tranquila, sólo una leve brisa movía las hojas de los árboles, me recordaba a los días en los que no tenía preocupaciones y podía sentarme en una banca del parque a disfrutar del  canto de los pájaros sin pensar en nada desagradable.

A pesar de un ambiente cálido, el ocaso me pareció triste, como si con el sol se fuera algo muy querido, o tal vez algo muy añorado; veía el horizonte y lo sentía sombrío, las nubes a mi alrededor formaban imágenes obscuras que daban la impresión de presagiar mayores desventuras, tal vez por eso sentía que el trinar de los pájaros despidiendo otro día más no era el mismo.

La gente que pasaba a mi lado, ni siquiera me miraba, era como si no existiera para nadie. Debo admitir que eso, de cierta forma me complacía, ser sólo un fantasma en medio de la muchedumbre, tan libre y transparente para poder observar la vida de los demás y deleitarme con su felicidad, que nunca sería completamente mía.

Pero todas estas sensaciones no podían borrar la presión en mi corazón, y la confusión en mi mente al imaginar la cara que pondría María cuando le contara lo que había hecho antes de conocerla, antes de saber siquiera que existía. No borraban la imagen en mi cabeza de la sentencia que sentiría al ver sus lágrimas que caerían lentamente por sus hermosos ojos color miel, ni sus labios que aprisionarán un reproche.

Después de decirle todo, tendría la necesidad imperiosa de quedarme solo. Por eso tendría que salir corriendo como un loco de su casa y venir a esconderme aquí, donde puedo ver el ocaso y escuchar a los pájaros, deseando que su canto no me deje escuchar mis propios pensamientos, ni recordar todas las voces de mis culpas. Donde puedo vivir, de nuevo, la vida de otros, de ésos que se besan como si fuera su último día en la tierra, de aquellos que comparten un helado entre dos porque no les alcanza para el segundo, pero que es el más delicioso del mundo; de los que se toman la mano y se quedan viendo la gente pasar como si el mundo les perteneciera, o de aquellos que leen su texto para aprobar un examen, que será el comienzo de una vida exitosa.

Esto es algo que vengo haciendo desde siempre, desde mucho antes de conocer a María y mucho antes también de haber hecho aquello que ella, ahora, no podría entender, ni perdonar. Era ese juego macabro el que marcaría mi destino: desear la vida de otros porque la mía estaba destruida o porque siempre la sentí sin sentido, nunca completamente mía.  

Siempre venía al parque porque me encantaba ver todos estos rostros felices paseando por un paraíso de árboles, que a través de sus diferentes caminos formaban un hermoso sendero hacia un futuro próspero; manos entrelazadas de enamorados viviendo un amor de novela que duraría por siempre; gente mayor disfrutando lo que le quedaba de una vida exitosa, llena de triunfos que nunca debieron robárselos a nadie.

Pero no puedo evitarlo, a pesar de lo que María y los demás piensen sobre mí, todavía me queda, en el fondo, una dulce satisfacción por mis acciones, aunque el mundo me enjuicie y castigue por siempre, al volver sobre mis pasos aún me queda el sabor exquisito de la venganza.

No estuvo en mi mente planear lo que hice, nadie puede decir que fue premeditado, nunca se me hubiera ocurrido hacerlo antes de ese fatídico lunes; antes de ese maldito día había decidido perdonarlo todo, seguir siendo sólo un espectador y no el protagonista. No me hubiera imaginado nunca que tendría el valor para hacerlo, mi carácter es totalmente distinto al que reflejan aquellos hechos. Ni siquiera los detalles parecen tener mi marca.

Pero admitámoslo, estas cosas son así, los culpables siempre dicen ser inocentes y al final son crucificados por la sociedad, aquella intachable sociedad, cuyos más reconocidos personajes, si no existieran castigos tan severos, hubieran hecho lo que ahora juzgan.

Mi suerte, al principio, fue hacerlo cuando nadie lo esperaba, ni siquiera Alejandra. Mi dulce Alejandra… Aquella mujer que me había enseñado el sabor del amor en un tierno beso, la que encendió mi deseo con una mirada y la que luego me engañó con una sonrisa en el rostro. Ahora que la recuerdo siento lástima por ella, nunca debió imaginar que nuestro gran amor terminaría de esta forma, tampoco debió sospechar que yo sería capaz de hacer algo así.

Todavía recuerdo el fatídico lunes, cuando empecé a sentir este dolor insufrible en mi pecho y en mis entrañas y que sólo se esfumó después de hacerlo. Esa tarde, el calor era insoportable y más después de esperar dos horas, a que ella saliera, bajo una exigua sombra que daba el árbol que se encontraba en la esquina de su casa. Minuto a minuto sentía como se iba mojando, de apoco, la camisa con la que estaba vestido, no sólo por el calor sino por la excitación de verla nuevamente.

Cuando por fin salió se veía tan fresca, como si un halo de hielo conservara su maquillaje, llevaba puesto un vestido impecable que acentuaba su figura, ese hermoso cuerpo que un día fue mío. Las manos me temblaban, y estaban húmedas de sudor. Por un momento quise desistir, alejarme y dejarla ir al encuentro con aquel tipo que la esperaba en una café cercano. Pero desde mis entrañas un volvió ese extraño dolor que se apoderó de mí, un dolor que me exigía terminar con todo.

Esperé que se alejara de su puerta, no era conveniente que alguien me viera, la seguí caminando hasta que cruzó un pequeño callejón a dos cuadras de su casa, la tomé del brazo y le tapé la boca con mi pañuelo. Ella pensó que sólo quería rogarle de nuevo, pero cuando estuvimos frente a frente, mi mano derecha, todavía húmeda, como si tuviera conciencia propia tomó las llaves del bolsillo de mi pantalón y con un golpe certero abrieron un enorme y profundo surco en aquel lozano rostro.

Aquellas malditas llaves llenas de sangre mancharon todo, mi pantalón, mis manos, el pañuelo que usé para tocar su hermosa boca.Después de eso recuerdo muy poco, sólo mi agitación y los latidos muy rápidos de mi corazón que no me dejaban escuchar los gritos pidiendo ayuda; el sudor escurriéndose de mi rostro y cuerpo, las calles borrosas como si tuviera lago en los ojos. No consigo recordar por cuál ruta llegué a mi cuarto, ni cuánto tiempo tardé en llegar, sólo se repetía en mi mente el recuerdo de la sonrisa sarcástica de Alejandra cuando me decía que ya nunca más volvería a mi lado.

Después de un largo sueño, los golpes y gritos en mi puerta, los empujones de los policías y la maldita comisaría, con varios agentes haciendo preguntas que me confundían más aún, que cómo conocía a la víctima, que si había tenido la intención de robar o violarla, que por qué no tenía carné de identidad. Luego el encuentro con Alejandra en los tribunales, y su declaración afirmando que nunca antes me había visto, que no entendía por qué la había lastimado y mi abogado interponiendo la declaración de un psiquiatra, que hablaba con palabras complicadas; pero Alejandra tan lejana, sin siquiera regalarme una mirada; declarando que el único novio que tuvo se llamaba Eduardo y que después de una pelea se fue de la ciudad. Claro la pelea cuando me engañó y todos diciendo que mi nombre no era Eduardo, que mi nombre era Juan, que no estudiaba en la universidad, que no tenía dinero y que nunca me habían visto con Alejandra.

Después de eso los interminables meses en aquel Instituto, en ese cuartucho que no tenía si quiera rejas, que transpiraba humedad y que debía compartir con un viejo hediondo y loco, que se la pasaba cantando tan fuerte como si nadie más estuviera en el mismo cuarto.

Pero después de todo ese infierno, de nuevo el parque y luego María, la suave María… aunque a veces también lejana, también fingiendo no ser mía…