Gata de Noche
miércoles, 13 de mayo de 2020
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Traetormentas: Eliana Soza. Veta de horror en la literatura chuqu...: Alex Salinas …me dijo y me repitió que no había vuelta atrás, que el amor que estaba a punto de conseguir no me dejaría nunca,...
miércoles, 1 de octubre de 2014
Noche Mágica
Dicen que
recordar es volver a vivir, no sé por qué soy una persona a la que le cuesta
dejar el pasado atrás, cuando un recuerdo me asalta, me encanta irlo reviviendo
poco a poco, como si lo fuera dibujando, empiezo por la cabeza, recordando la
razones o causas de lo acontecido, para luego llegar al corazón, que es cuando
me pongo a escudriñar en los sentimientos, saboreándolos nuevamente, para luego
terminar en la piel donde rememoro las sensaciones de cada uno de los sentidos,
disfrutándolos una y otra vez más; pero claro muchas veces como cualquier
dibujante del corazón vuelvo a la cabeza y de ahí salto a la piel, mesclando
sentimientos, sensaciones y razones.
Por ejemplo
cuando sueño con alguien y su rostro ronda mi cabeza todo el día. Esa misma
noche busco unos minutos para este juego que a veces se torna tortuoso, pero
que de todas maneras disfruto. Como hace poco me pasó, iba en un taxi y al
pasar por una tienda vi aquellos hermosos zapatos que transportaron muchos años
atrás.
Iba a ser una noche mágica, lo presentía; toda la
preparación, la compra cuidadosa del vestido, los zapatos de princesa; el
desastre que hizo la estilista en el peinado y que luego tuvieron que arreglar
mis tías, pero todo bien, todo a tiempo; la sorpresa de que mi hermano me
quiera llevar a la fiesta, cosa que nunca me habría esperado. El taxi que vino
a recogernos para mí fue una limosina, por lo entusiasmada que estaba.
No puedo negar
que ir sin pareja a una fiesta así, al principio me intimidó, muchas de mis
amigas me habían ofrecido a sus hermanos, primos amigos y hasta conocidos, pero
curiosamente esta vez no acepté, era como si presintiera que algo importante
iba a pasar aquella noche.
La entrada al
salón, como si fuera la alfombra roja de algún premio importante; me sentía así
entrando del brazo de mi hermano que parecía un príncipe; luego el vals
acostumbrado, el reencuentro con compañeras y compañeros, los murmullos de con
quién había ido quién, con qué vestido, cosas de niñas. Después, al fin la
fiesta, música para bailar. Ya ni me acuerdo con quiénes bailé primero, supongo
que compañeros o amigos, pero en un descanso, él atravesando el salón, con su
mirada profunda y una sonrisa; sinceramente no pensé que se acercaba a mí, pero
lo hizo, me pidió que bailara con él y acepté; desde ese momento no nos
separamos más toda la noche.
Me encanta
bailar, cómo disfruté cada melodía aquella noche, siempre sentí que bailar es
como volar, esa capacidad de dejarte llevar por una fuerza mayor que tú misma,
dejar que cada uno de tus músculos se muevan al ritmo de cada nota musical, en
sintonía, como si tu cuerpo fuera un instrumento más.
Así fue esa
noche, mágica bailando juntos como si hubiéramos ido juntos, como si nos
conociéramos de antes y más cuando lo invité a mi mesa junto a mi familia,
claro que me arrepentí de inmediato, mi tío empezó a dar un sermón sobre el
futuro de las jóvenes y cómo el sexo podía arruinarlo; tuvimos que escapar en
seguida, con la excusa de que ya comenzaba a tocar la música de nuevo; me gustó
que durante el tiempo que estuvimos en la mesa él le siguiera la corriente a mi
loco tío pero me gusto más que luego siguiera bailando conmigo.
Supongo que
todos se sorprendieron de vernos juntos yo había llegado con mi hermano y no
tenía pareja y él… ni sabía cómo había llegado a la fiesta, luego me enteré que
trabajaba con la amplificación encargada de la música. No me importaba nada,
hasta entonces nunca me había pasado algo así, conocer a alguien de esa forma,
sentir esa conexión de inmediato, esa cercanía que sentí con él.
No quería que
terminara esa noche había sido tan perfecta, todos los minutos, los segundos,
las sonrisas compartidas, las miradas que hablaban solas, los roces de las
manos al bailar, sentir aquella piel tan extraña hasta entonces, pero que se hacía
íntima y conocida esa noche; aquellos hermosos ojos color miel que marcarían mi
vida para siempre, esa voz que me cautivaba tan sólo al emitir frases cortas.
Sin embargo, no sentí como si quisiera conquistarme, eso, debo admitirlo me
asustó, tenía que hacer algo. Se terminaba la noche y no podía perderlo así,
nunca lo había visto antes y ¿si se desvanecía y se convertía en un recuerdo o
simplemente en un sueño? No podía permitirlo y me animé, como nunca antes lo
hice, a invitarle yo a una fiesta, una de mis compañeras iba a festejar sola
unos días después; creo que cerré los ojos para escuchar la respuesta, que fue
un rotundo SI. Nos despedimos y conté las horas para el reencuentro.
De la misma
forma, los preparativos fueron muchos, el vestido, que según mis tías no podía
ser el mismo, los zapatos, el peinado, el maquillaje; era la primera vez que
alguien me iba a recoger de mi casa para llevarme a una fiesta, por increíble
que parezca sólo recuerdo que llegamos muy temprano, pero las palabras
pronunciadas durante toda la noche se escaparon como palomas de mi recuerdo y
todo lo demás también; de nuevo bailamos dejándonos llevar, conversando con
miradas, pero nada más, me llegaron a recoger y así terminó nuestro segundo
encuentro; antes de irse me pidió mi número de teléfono, eso me dio esperanzas.
Al llegar a mi
casa esa segunda noche no podía dejar de pensar en él, al día siguiente me
llamó para invitarme a una feria, no podía creerlo, acepté encantada, visitamos
cada stand conversando y riendo; me acuerdo que llevé “walkman”, y luego de
pasear por la feria nos fuimos a escuchar música en un banco de plazuela; como
siempre yo escuchaba música diferente y traté de explicarle por qué, reímos
mucho y conversamos toda la tarde, fue muy lindo, pero nada de romance, en esos
momentos creí que la invitación fue una cortesía por la que yo le
había hecho y nada más, como un caballero me acompañó hasta unos metros de mi
casa, no quise que llegáramos a la puerta, todavía sentía vergüenza o temor de
lo que pensaría mi familia.
Después de
hablar mucho tiempo frente a la casa de alguien más y justo cuando creía que el
sueño había terminado, él dulcemente me robó un beso que lo sentí glorioso,
extraordinario, puede parecer cursi, pero lo sentí así. Entonces no fueron
necesarias más palabras ni peticiones, sólo la promesa de ese beso era
suficiente, lo fue para mí.
Dicen que el
primer amor es así, de ensoñación, mágico, el mío lo fue, todavía recuerdo las
sensaciones y sentimientos descubiertos a su lado, como las ganas
incontrolables de llorar después de un beso suyo, o mi piel erizada por una
caricia, un beso en el cuello o sus manos desbordadas por mi cuerpo, todo
nuevo, extraño pero excitante y estremecedor al mismo tiempo.
El deseo de
pasar el mayor tiempo juntos, de no separar nuestras manos unidas, nuestras
esperanzas de construir un sueño entre los dos. Es verdad, muchas cosas pasaron en el
tiempo de nuestro amor, un viaje largo en el que maduré y me reencontré como
persona, como mujer. El reencuentro extraño, diferente, pero la intención de
ambos de seguir, aunque empezando de cero, continuar ese amor que había
comenzado aquella mágica noche.
Pero luego, la
incertidumbre del futuro nos cercó a ambos, nos atemorizó lo que podía
significar continuar juntos, una decisión drástica otra vez puso distancia
entre ambos, pero la mayor distancia la
trazaron terceros que destruyeron en poco tiempo lo que habíamos
construido lentamente en un tiempo más bien largo. Ni las lágrimas, ni las
promesas, ni las mentiras pudieron salvar este amor; el abismo se fue
alimentando de rencor y culpas, claro también de ese otro amor que había matado
al nuestro y aunque incluso luchando conmigo misma el tiempo y la distancia me
hicieron entender que lo mejor de aquel amor había sido aquella noche mágica que
ojalá nunca hubiera terminado.
Fue un amor
intenso y lleno de entrega, pero como todo en la vida debía tener un final,
nunca me imaginé que sería así, ni en mis más obscuros pensamientos;
ingenuamente creí que era el amor de mi vida y que de una u otra forma
volveríamos a estar juntos; pero ahora al recordarlo, sólo me queda la
satisfacción de haber amado sincera y profundamente como nunca antes lo había
hecho y que eso a pesar de todo me lo quedé para siempre y que a pesar de las
heridas, volví a amar así o mucho mejor, porque la vida es la mejor maestra,
cada persona en nuestro camino nos deja huellas y él dejó una agridulce y yo
espero haber dejado en él una muy dulce y profunda que le enseñe a amar de
verdad.
De nuevo así me
dejé llevar por este juego que no sé si es bueno para mi presente, pero que me
sirve de salvavidas cuando quiero escapar a una vida alterna, en la que nada
cambió, de la que conozco el final, por lo que cualquier cosa que pase ya no me
puede hacer el mismo daño y de la que rescato las sensaciones intensamente
placenteras o dolorosas pero que me hacen sentir nuevamente viva.
viernes, 25 de abril de 2014
MÁS ALLÁ DEL AMOR
¿Cómo es posible
que un sueño pueda revivir sentimientos? Sí, la culpa la tienen los sueños o el
inconsciente, como diría un psicólogo. Entonces me pongo a recordar si pensé en
él durante el día y mi respuesta siempre es NO.
Pero entonces
¿cómo explicar aquel sueño tan vívido, tan real? Mi madre me diría que a veces soñamos con alguien porque esa
persona ha pensado en nosotros. Esa sería una dulce respuesta, creer que él pensó
en mí, que me recordó y por eso soñé con él.
Aquel sueño
donde lo vi tan claro, tan cerca, tan mío; allí donde sentí su calor al
abrazarlo, el aroma de su aliento al besarlo y lo más perturbador el miedo a
perderlo en aquella despedida desdibujada en algún rincón de mi cerebro… La
intensidad de ese sentimiento me recordó el tiempo que estuvimos juntos.
Me parece ayer
cuando nos conocimos, la presentación de aquella amiga y él tan intenso desde
el principio; todavía recuerdo su mirada penetrante, pero lo que más me intrigó
fue sentir en sus ojos un sentimiento profundo por alguien que acababa de
conocer que se reflejó en aquel abrazo tan cálido y tan dulce al mismo tiempo,
como si me conociera de siempre y luego aquellos encuentros “casuales”, que
después él mismo me contaría que fueron totalmente planificados.
Por fin, después
de unos días, esa noche inundada de lluvia y frío que no nos alejó de las
calles, que, más bien, se transformó en el escenario perfecto para aquel primer
beso, que desencadenaría el torrente que vendría después.
En ese momento,
me enamoró su pasión, su misterio, su seguridad y su espiritualidad cuando me
hablaba de seres trascendentes que viven en la naturaleza, de la importancia de
los sueños, como aquel que estábamos viviendo en ese momento, porque ésa era su
premisa: vivir intensamente el presente: el hoy; vivirlo como si fuera el
último día, como si nada nos esperara al día siguiente y así lo hice a su lado.
Aquellas semanas juntos, fueron así para mí, las últimas de mi vida.
Así su fuerza,
su entrega me convencieron, me persuadieron y al final me embriagaron a tal
punto que le creí, que un sueño podía durar por siempre. Cada día a su lado fue
una aventura, una ilusión, un sueño, una travesura; desde salir a caminar a
través de pequeños paraísos alejados que descubríamos en la periferia, hasta el
amor bajo las sábanas cálidas de su casa en pleno centro de la ciudad, siempre
con algo nuevo que hacer, algo inolvidable; pasando de la intimidad física a la
espiritual; sintiendo así nuestras almas compenetradas, transformándose en una
sola, y sentir así que se cumplía lo que él siempre me susurraba al oído “ahora
somos uno”.
Esos momentos
imborrables en nuestras vidas construyeron un sentimiento que trascendía al
amor, que nos llevó a un nivel diferente, en el que las definiciones de este
sentimiento no alcanzaban a explicar lo que estábamos viviendo. Esto lo confirmé cuando después de una despedida,
que creí para siempre, el destino nos volvió a reunir, con la misma fuerza y
pasión de años atrás, como si no hubiéramos pasado un solo día separados. Nuestros
cuerpos y almas se reconocieron y se amaron con la misma intensidad de hace más
de 15 años atrás, pero con la experiencia del hoy.
Nunca fue una
posibilidad compartir nuestras vidas, cada uno tenía un camino recorrido, lejano; pero ese
sentimiento que trascendía al mismo amor nos unirá a pesar de todo. No puedo negar que a veces nace en mí la
ilusión de que algún día estaremos listos para vivir un mismo sueño pero luego
soy consciente que nuestra historia debe quedarse sólo en un sueño, que nos
regalará de vez en cuando un dulce recuerdo que nos ayudará a seguir adelante
con la realidad.
Irónico que un
sueño haya traído esa nostalgia de nuevo a mi vida, que me haya hecho recordar
el calor de su cuerpo a mi lado, el dulzor de sus labios en mi boca y lo más
importante la necesidad de su cercanía, aunque ahora sólo sea en sueños.
Pero ahora estoy
segura que nuestra historia no ha terminado, sólo tuvo un comienzo diferente
que nos deja la ilusión de vivir aquel sueño que la inició.
lunes, 17 de marzo de 2014
ENCUENTRO
Por
Eliana Soza Martínez
Hice el amor muchas
veces, también tuve sexo; pero el estremecimiento de mi cuerpo, días
después, al recordar nuestro encuentro
nunca me había pasado. Sentir a mi cuerpo erizarse, como cuando él me tocó por
primera vez; recordar vívidamente la suavidad de sus labios y la intensidad de
su amor en aquel acto, que para mí fue eso, hacer, construir ese amor, tal vez
efímero, pero eterno a la vez.
Y después del
encuentro piel a piel, el encuentro de almas, los dos desnudos abrazándonos,
besándonos tiernamente como si nos conociéramos de antes, de siempre, como si
nuestra historia fuera antigua, llena de detalles construidos que nos llevaran
hasta ese momento.
Era un hombre
extraño, tan intenso y cálido en la intimidad y tan lejano y frío fuera de
ella. Es cierto, yo no podía exigirle nada, pues nada nos habíamos prometido y
a pesar de aquel encuentro inolvidable e indescriptible, él tenía una vida y yo
otra, lejanas, diferentes. Pienso que nuestros pasados pesaban más y nuestros
corazones estaban atados ya a otros, unos terceros que no podían imaginarse aquel
encuentro en el que por unas horas él y yo nos entregamos todo, en el que sólo
existimos los dos, en el que poro a poro desafiamos al amor en un acto que
parecía serlo.
Después, los
nervios, el miedo, el presentimiento de que en verdad no había pasado; que
después de encontrarnos en el parque y haber hablado tanto solo hubo una
despedida amable y nada más. Y no ese caminar hasta su cuarto de hotel, con una
excusa dudosa, a través de las calles, que se fueron transformando en cómplices
de aquella aventura.
Y luego solo ese
cuarto pequeño, vestido de él, con su equipaje, su aroma, su música y a pesar
de estar sentada en su cama, sin creer todavía que iba a pasar. Luego, una
conversación en la que sólo se emitían y escuchaban palabras inexactas, sin
sentido porque la sangre, los cuerpos querían algo más. De pronto, el asalto de
un beso, ese que propiciaría que nunca más nos separemos.
Justo a partir de
ese beso, la batalla infinita, implacable de caricias, de labios, de piel, de
gemidos, escuchando de fondo a Silvio cantándole al deseo. Y aquella repetición,
de dos canciones hermosas, proporcionaba el ritmo perfecto al amor.
Aquellos ojos que
penetraban mi alma, como lo hacía su cuerpo y la intensidad de su deseo me
hacían temblar. Acariciar su espalda bajando hacia el sur de ese monumento
encendía mucho más mi deseo, ese deseo de que esa tarde no acabara, de que esa
pequeña cama nos cobijara para siempre, de que aquella luz tenue siguiera
iluminando aquel encuentro, lejos del mundo, de la realidad.
Tantas horas, que
parecieron segundos en sus brazos, tocando de vez en cuando una estrella para
bajarla del cielo al corazón. Él sin dar un minuto de tregua, incansable,
cálido, intenso. Yo embriagada de su amor, en llamas, deseando la eternidad.
Pero, como en un
sueño, el llamado de la realidad me inquietó, me inundó de dudas, de culpas e
inseguridades, pero la fantasía del universo creado en aquel cuarto era más
fuerte que todo, entonces por encima de mis miedos disfrutar la intimidad más
allá de los cuerpos, de los besos, de las caricias tiernas. Ese momento
después, en el que todo trata de tener un sentido, una razón, un futuro;
aquellas palabras que sin ser una promesa nos decían que fue más que piel y
deseo, que se trató de un encuentro más profundo.
Pero sin saberlo,
aquel vestirse apresuradamente, salir a hurtadillas del hotel escapando de las
miradas curiosas, llegar a las frías calles de la ciudad, lejos del calor de
aquel cuartucho que había cobijado nuestros cuerpos; nos iba a alejar, separar,
para convertirnos en dos desconocidos. Sólo quedaría en mí aquel recuerdo, que
se confundiría con un sueño, a pesar de que todavía, lograra erizar mi cuerpo,
como nunca antes, un encuentro así, lo haya hecho.
jueves, 27 de diciembre de 2012
LEJANAS
LEJANAS
Por: Eliana Soza Martínez
Los
últimos rayos de sol no llegaron a tocarme, seguro que huyeron de la nube negra
que me había seguido durante tanto tiempo que ya no me acuerdo el primer día
que la sentí sobre mí. La tarde estaba tranquila, sólo una leve brisa movía las
hojas de los árboles, me recordaba a los días en los que no tenía
preocupaciones y podía sentarme en una banca del parque a disfrutar del canto de los pájaros sin pensar en nada
desagradable.
A pesar de un ambiente cálido, el ocaso
me pareció triste, como si con el sol se fuera algo muy querido, o tal vez algo
muy añorado; veía el horizonte y lo sentía sombrío, las nubes a mi alrededor
formaban imágenes obscuras que daban la impresión de presagiar mayores
desventuras, tal vez por eso sentía que el trinar de los pájaros despidiendo
otro día más no era el mismo.
La gente que pasaba a mi lado, ni
siquiera me miraba, era como si no existiera para nadie. Debo admitir que eso, de
cierta forma me complacía, ser sólo un fantasma en medio de la muchedumbre, tan
libre y transparente para poder observar la vida de los demás y deleitarme con
su felicidad, que nunca sería completamente mía.
Pero todas estas sensaciones no podían
borrar la presión en mi corazón, y la confusión en mi mente al imaginar la cara
que pondría María cuando le contara lo que había hecho antes de conocerla,
antes de saber siquiera que existía. No borraban la imagen en mi cabeza de la sentencia
que sentiría al ver sus lágrimas que caerían lentamente por sus hermosos ojos
color miel, ni sus labios que aprisionarán un reproche.
Después de decirle todo, tendría la
necesidad imperiosa de quedarme solo. Por eso tendría que salir corriendo como
un loco de su casa y venir a esconderme aquí, donde puedo ver el ocaso y
escuchar a los pájaros, deseando que su canto no me deje escuchar mis propios
pensamientos, ni recordar todas las voces de mis culpas. Donde puedo vivir, de
nuevo, la vida de otros, de ésos que se besan como si fuera su último día en la
tierra, de aquellos que comparten un helado entre dos porque no les alcanza para
el segundo, pero que es el más delicioso del mundo; de los que se toman la mano
y se quedan viendo la gente pasar como si el mundo les perteneciera, o de
aquellos que leen su texto para aprobar un examen, que será el comienzo de una
vida exitosa.
Esto es algo que vengo haciendo desde
siempre, desde mucho antes de conocer a María y mucho antes también de haber
hecho aquello que ella, ahora, no podría entender, ni perdonar. Era ese juego
macabro el que marcaría mi destino: desear la vida de otros porque la mía
estaba destruida o porque siempre la sentí sin sentido, nunca completamente mía.
Siempre venía al parque porque me
encantaba ver todos estos rostros felices paseando por un paraíso de árboles, que
a través de sus diferentes caminos formaban un hermoso sendero hacia un futuro
próspero; manos entrelazadas de enamorados viviendo un amor de novela que
duraría por siempre; gente mayor disfrutando lo que le quedaba de una vida exitosa,
llena de triunfos que nunca debieron robárselos a nadie.
Pero no puedo evitarlo, a pesar de lo
que María y los demás piensen sobre mí, todavía me queda, en el fondo, una
dulce satisfacción por mis acciones, aunque el mundo me enjuicie y castigue por
siempre, al volver sobre mis pasos aún me queda el sabor exquisito de la
venganza.
No estuvo en mi mente planear lo que
hice, nadie puede decir que fue premeditado, nunca se me hubiera ocurrido hacerlo
antes de ese fatídico lunes; antes de ese maldito día había decidido perdonarlo
todo, seguir siendo sólo un espectador y no el protagonista. No me hubiera
imaginado nunca que tendría el valor para hacerlo, mi carácter es totalmente
distinto al que reflejan aquellos hechos. Ni siquiera los detalles parecen
tener mi marca.
Pero admitámoslo, estas cosas son así,
los culpables siempre dicen ser inocentes y al final son crucificados por la
sociedad, aquella intachable sociedad, cuyos más reconocidos personajes, si no
existieran castigos tan severos, hubieran hecho lo que ahora juzgan.
Mi suerte, al principio, fue hacerlo
cuando nadie lo esperaba, ni siquiera Alejandra. Mi dulce Alejandra… Aquella
mujer que me había enseñado el sabor del amor en un tierno beso, la que
encendió mi deseo con una mirada y la que luego me engañó con una sonrisa en el
rostro. Ahora que la recuerdo siento lástima por ella, nunca debió imaginar que
nuestro gran amor terminaría de esta forma, tampoco debió sospechar que yo
sería capaz de hacer algo así.
Todavía recuerdo el fatídico lunes,
cuando empecé a sentir este dolor insufrible en mi pecho y en mis entrañas y que
sólo se esfumó después de hacerlo. Esa tarde, el calor era insoportable y más
después de esperar dos horas, a que ella saliera, bajo una exigua sombra que
daba el árbol que se encontraba en la esquina de su casa. Minuto a minuto
sentía como se iba mojando, de apoco, la camisa con la que estaba vestido, no
sólo por el calor sino por la excitación de verla nuevamente.
Cuando por fin salió se veía tan
fresca, como si un halo de hielo conservara su maquillaje, llevaba puesto un
vestido impecable que acentuaba su figura, ese hermoso cuerpo que un día fue
mío. Las manos me temblaban, y estaban húmedas de sudor. Por un momento quise
desistir, alejarme y dejarla ir al encuentro con aquel tipo que la esperaba en
una café cercano. Pero desde mis entrañas un volvió ese extraño dolor que se
apoderó de mí, un dolor que me exigía terminar con todo.
Esperé que se alejara de su puerta, no
era conveniente que alguien me viera, la seguí caminando hasta que cruzó un
pequeño callejón a dos cuadras de su casa, la tomé del brazo y le tapé la boca
con mi pañuelo. Ella pensó que sólo quería rogarle de nuevo, pero cuando
estuvimos frente a frente, mi mano derecha, todavía húmeda, como si tuviera conciencia
propia tomó las llaves del bolsillo de mi pantalón y con un golpe certero abrieron
un enorme y profundo surco en aquel lozano rostro.
Aquellas malditas llaves llenas de
sangre mancharon todo, mi pantalón, mis manos, el pañuelo que usé para tocar su
hermosa boca.Después de eso recuerdo muy poco, sólo mi agitación y los latidos
muy rápidos de mi corazón que no me dejaban escuchar los gritos pidiendo ayuda;
el sudor escurriéndose de mi rostro y cuerpo, las calles borrosas como si
tuviera lago en los ojos. No consigo recordar por cuál ruta llegué a mi cuarto,
ni cuánto tiempo tardé en llegar, sólo se repetía en mi mente el recuerdo de la
sonrisa sarcástica de Alejandra cuando me decía que ya nunca más volvería a mi
lado.
Después de un largo sueño, los golpes
y gritos en mi puerta, los empujones de los policías y la maldita comisaría,
con varios agentes haciendo preguntas que me confundían más aún, que cómo
conocía a la víctima, que si había tenido la intención de robar o violarla, que
por qué no tenía carné de identidad. Luego el encuentro con Alejandra en los
tribunales, y su declaración afirmando que nunca antes me había visto, que no
entendía por qué la había lastimado y mi abogado interponiendo la declaración
de un psiquiatra, que hablaba con palabras complicadas; pero Alejandra tan
lejana, sin siquiera regalarme una mirada; declarando que el único novio que
tuvo se llamaba Eduardo y que después de una pelea se fue de la ciudad. Claro
la pelea cuando me engañó y todos diciendo que mi nombre no era Eduardo, que mi
nombre era Juan, que no estudiaba en la universidad, que no tenía dinero y que
nunca me habían visto con Alejandra.
Después de eso los interminables meses
en aquel Instituto, en ese cuartucho que no tenía si quiera rejas, que transpiraba
humedad y que debía compartir con un viejo hediondo y loco, que se la pasaba
cantando tan fuerte como si nadie más estuviera en el mismo cuarto.
Pero después de todo ese infierno, de
nuevo el parque y luego María, la suave María… aunque a veces también lejana, también
fingiendo no ser mía…
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